jueves, 16 de agosto de 2007

MOVIMIENTO ESTUDIANTIL Y REFORMA UNIVERSITARIA 1967-1973


EL MOVIMIENTO ESTUDIANTIL CHILENO Y LA REFORMA UNIVERSITARIA (1967-1973).
Luis Cifuentes S.

Contenido.
El movimiento estudiantil en la historia.
La Reforma y sus logros.
El claroscuro de los años 60.
El fin de la Reforma.
Debilidades de la Reforma y algunas enseñanzas.
El cogobierno.
Las tareas de hoy.
Epílogo.
Cronología parcial de la Reforma.
Referencias y bibliografía.

Resumen.
La participación estudiantil en el gobierno universitario, lejos de ser una peculiaridad de los años 60, es un fenómeno de origen medieval con una historia de nueve siglos. La Reforma Universitaria de 1967-1973, que replanteó en Chile el cogobierno de profesores y estudiantes, forma un continuo con los movimientos iniciados en los años 20. Ella fue gatillada y, en buena medida, conducida por los estudiantes en un proceso de envergadura nacional que impactó al país. La Reforma tuvo tres metas: democratización, modernización y compromiso social de la universidad; en los tres campos hubo grandes avances y el sistema universitario nacional cambió radicalmente como consecuencia. La característica más difundida del proceso fue la elección de rectores y Consejos Superiores en claustro pleno, con una ponderación típica del 25% de los votos del claustro para el estamento discente. Sin embargo, fue la participación diaria de toda la comunidad y el intenso debate acerca de la totalidad de la problemática universitaria y nacional la que en mayor medida cambió la vida académica. Este trabajo analiza los logros y debilidades del proceso reformista, colocando énfasis en el cogobierno.

El movimiento estudiantil en la historia.

Estas páginas tienen por objeto examinar aspectos de la experiencia del movimiento estudiantil chileno en los años 60. Para situar el tema, comencemos por un vistazo a la historia. Las primeras instituciones de educación superior con el nombre de "universidades" surgieron entre los siglos XI y XII en Europa. Ellas fueron de dos tipos. El primero, la universitas scholarium (gremio de estudiantes), el segundo, la universitas magistrorum (gremio de maestros) (Rashdall: 1987, de Ridder-Symoens, 1992).
Las universidades escolares, cuyo prototipo fue la Universidad de Bolonia, eran agrupaciones de estudiantes cuya finalidad era contratar docentes para que les impartieran formación básica en las Artes Liberales y formación profesional en Medicina, Derecho y Teología. Los estudiantes regían y los maestros debían jurar obediencia al rector, que era un estudiante. Como consecuencia de los privilegios concedidos a la universitas de Bolonia - p. ej. por el emperador Federico I Barbarroja (1158) - que después fueron adoptados por otras universidades escolares, el rector-estudiante llegó a tener amplísimos poderes y decisión final sobre cualquier proceso legal - civil o criminal - en que se viera envuelto un educando. Muchas universidades medievales siguieron el molde boloñés, entre ellas, casi todas las italianas, españolas y del sur de Francia. En las universidades hispanas los estudiantes tuvieron, durante varios siglos, el derecho exclusivo a elegir a los profesores en concursos de oposición [1]. Hubo también rectores-estudiantes en las universidades de Praga, Perpignan, Cracovia, Viena, Aix-en-Provence y Glasgow.
En contraste, las universidades magisteriales eran agrupaciones de maestros que ofrecían formación básica y profesional a los jóvenes. Los maestros regían y el rector era un maestro. El prototipo fue la Universidad de París.
El período de decadencia de las universidades, entre los siglos XVI y XVIII, terminó con la participación estudiantil. Junto con oponerse al Renacimiento, a la Reforma y a la ciencia moderna, las universidades pasaron a convertirse en enclaves autoritarios e intrascendentes. El siglo XIX vio el renacer de la educación superior en tres modelos: la universidad profesional de Napoleón (1806), la universidad investigadora de Humboldt (1809) y la universidad técnica, la primera de las cuales fue la Escuela Politécnica de París (1794). El modelo de Humboldt se basó en los principios de Lehrfreiheit y Lernfreiheit (libertad de enseñanza y libertad de aprendizaje). Los estudiantes tuvieron el derecho de elegir profesores entre cátedras paralelas, determinar la duración de sus estudios, cambiarse de carrera y hasta de plantel a voluntad.
A comienzos del siglo XX la primera guerra mundial y su secuela tuvieron poderosos ecos, que en Latinoamérica se unieron al ascenso político de las clases medias para configurar un seminal movimiento reformista en las universidades, gatillado por el Manifiesto Liminar de Córdoba (Argentina) en 1918 [2]. El movimiento de los años veinte, liderado por los estudiantes, logró cambios trascendentes en varios países (Argentina, Uruguay, Brasil). En otros (por ej., Chile) provocó un cambio gradual que, en las décadas posteriores, terminó con las peores formas de irracionalidad y corrupción en la universidad, pero es posible afirmar que tal proceso nunca llegó a completarse, de aquí que en Chile los intentos reformistas formen un continuo, de los años 20 a los 60.
El movimiento de los años 60 tuvo su origen en los complejos y apasionantes sucesos de la primera mitad del siglo y, de manera inmediata, en la reconstrucción o readecuación de las economías dominantes impuesta por la segunda guerra mundial (Cifuentes: 1997-b). Un gran auge económico en los países desarrollados generó un clima de esperanza y optimismo globales, que comenzó a fines de los cincuenta. Las necesidades de la metrópolis de importar materias primas y exportar capitales provocaron una activación de las economías periféricas. Aunque la prosperidad no llegó a todo el mundo, sí lo hicieron las esperanzas. El derrumbe de los imperios coloniales originó un clima libertario. Desarrollos tecnológicos tales como la radio a transistores, la televisión, la carrera espacial y el uso de computadores contribuyeron al carácter global y optimista de una gran ola cultural y política. Hubo un clamor mundial por desconcentrar el poder, por participar del proceso de toma de decisiones. En este contexto de esperanza debe entenderse el movimiento reformista de los 60.
De la discusión previa fluye que la participación estudiantil no sólo en el debate, sino en el gobierno mismo de la universidad, lejos de ser una novedad de la "década prodigiosa", es parte de una tradición casi milenaria, que nació con la universidad.

La Reforma y sus logros.

En la Universidad de Chile - la más antigua del país, fundada en 1842 - hubo movimientos reformistas en los años 20 y 30; en 1945 y 1952 tales sucesos se repitieron en las facultades de Filosofía y Medicina de la misma universidad. En 1933 y 1953 campañas similares ocurrieron en la Universidad de Concepción. Durante la década de los 50 el debate reformista fue notorio en varios planteles, incluida la Universidad Católica (UC).

El 25 de mayo de 1961 los estudiantes de la Universidad Técnica del Estado (UTE) ocuparon todos los locales de su casa de estudios, iniciando un movimiento reformista que culminaría seis años después. En 1963, a instancias de la Federación de Estudiantes de la UTE (FEUT), se realizó un Seminario de Reforma Universitaria con participación de docentes, estudiantes y autoridades.

En 1964, el profesor Luis Scherz inició seminarios de Reforma en la Universidad Católica de Valparaíso (UCV), que darían origen al movimiento que transformó esa casa de estudios tres años más tarde. Entre el 25 y el 29 de junio de 1966 los estudiantes de la Universidad de Chile realizaron los Seminarios de la Reforma con gran participación estudiantil.

En 1967 casi todas las universidades del país fueron escenario de movimientos reformistas, si bien los más publicitados fueron los de las Universidades Católicas de Valparaíso y Santiago [3], cuyas casas centrales fueron ocupadas por los estudiantes el 15 de junio y el 10 de agosto respectivamente. En julio del 67, cientos de estudiantes de la U. de Chile, de la UTE y de la UC viajaron a Valparaíso a apoyar a sus congéneres de la UCV.
En el caso de la Universidad Católica de Santiago, que acogía a los jóvenes procedentes de los grupos sociales más privilegiados de la sociedad chilena, la ocupación estudiantil de la Casa Central provocó un escándalo público. El Mercurio, órgano periodístico y representante tradicional de esos mismos sectores sociales, acusó a los estudiantes de la UC de estar dirigidos por el Partido Comunista.

Esta acusación, a todas luces ridícula, fue respondida por los estudiantes con un gigantesco cartel colocado en el frontis de la universidad y que rezaba "Chileno: El Mercurio miente". El 21 de agosto renunció el rector de la UC y se designó prorrector a Fernando Castillo, que luego encabezaría el proceso reformista.
El 14 de septiembre del 67 los estudiantes de la UTE ocuparon su universidad; el 27 de octubre, con aprobación del gobierno de Eduardo Frei Montalva, se constituyó la Comisión de Reforma de la UTE con participación plena de delegados estudiantiles. También en octubre, la Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile eligió decano en claustro pleno, lo que generó una crisis entre esa facultad y el Consejo Superior de la universidad, que rechazaba la participación estudiantil en la elección de autoridades. En noviembre, Fernando Castillo fue elegido rector de la UC por votación de los docentes y representantes del estamento discente.
Durante el año siguiente (1968), y como producto de masivos movimientos reformistas, se constituyeron Comisiones de Reforma en diversas universidades (por ej., U. de Concepción en junio; U. de Chile en julio) y fueron elegidos los primeros rectores por votación universal (claustro pleno) de profesores y estudiantes: Enrique Kirberg en la UTE (agosto) y Edgardo Enríquez en la Universidad de Concepción (diciembre). En agosto, Raúl Allard fue elegido rector de la UCV por un claustro de académicos y representantes estudiantiles. En 1969, Kirberg (agosto) y Castillo (noviembre) son reelegidos en claustro pleno y la Universidad de Chile elige rector a Edgardo Boeninger por el mismo método (noviembre). Entre 1968 y 1972 todas las universidades chilenas eligieron a sus máximas autoridades con participación de docentes y estudiantes [4].
Queda claro, entonces, que quienes busquen una relación causal entre los acontecimientos de mayo y junio del 68 en París y el movimiento reformista chileno fracasarán en sus intentos. Sólo encontrarán ecos formales en las barricadas santiaguinas de fines del 68, pero para quienes participaron en aquella ola de cambio, los eventos parisinos fueron una mera confirmación de algo que, teniendo sus raíces en la misma historia contemporánea, había comenzado a manifestarse en Chile - y otros países - varios años antes.
La Reforma Universitaria tuvo objetivos comunes a la totalidad de las universidades chilenas y su fenomenología fue también muy similar [5]. Los tres objetivos centrales fueron: modernización, democratización y compromiso social de la universidad. En los tres ámbitos hubo logros. Hacer un catastro de ellos ocuparía muchas páginas y hay numerosos antecedentes en las obras citadas en la Bibliografía, luego me referiré al tema en forma global.
En cuanto a la modernización, tanto la investigación como la extensión fueron desarrolladas y reconocidas como funciones esenciales de la universidad y nuevas funciones se hicieron presentes: la prestación de servicios, la educación de trabajadores, la integración cultural, la creación artística, la reflexión filosófica, etc. Se contrató profesores con horario completo, iniciándose una carrera académica, se procedió al ordenamiento administrativo y financiero de varias casas de estudio y se colocó énfasis en la capacitación del profesorado con importantes programas de becas de posgrado.
En cuanto a la democratización, el gobierno de la universidad pasó a ejercerse en organismos colegiados con participación de todos los estamentos por medio de representantes democráticamente electos. Al mismo tiempo, la problemática más importante de la universidad, del país y del mundo se discutió a nivel departamental y de facultad, en claustros triestamentales. Las autoridades fueron elegidas en claustro pleno, con participación de toda la comunidad.
En cuanto al compromiso social de la universidad, se potenció la extensión universitaria por medio de escuelas de temporada y de una nutrida actividad cultural, mientras se creaban cursos vespertinos, se construían nuevos pensionados y se desarrollaban masivos programas de becas. Todo esto redundó en una mayor presencia de la universidad en los sectores menos privilegiados y en un notable aumento del acceso de esos sectores sociales a la universidad.

En la UTE, por ejemplo, la fracción de estudiantes de origen obrero o campesino subió de un 5% en 1968 a un 30% en 1973. En este sentido tuvo particular importancia la nueva función de educación de trabajadores (Kirberg: 1981, Cifuentes: 1993)).
Es interesante subrayar que la Reforma introdujo, en todas las universidades, mecanismos democráticos de elección de cuerpos colegiados que garantizaron el pluralismo. Todos los rectores electos hicieron grandes esfuerzos por conducir la universidad por medio de procedimientos consensuales.

En 1973 había, en los Consejos Superiores del país, representantes de todas las corrientes doctrinarias presentes en las respectivas comunidades. A pesar de la polarización ideológica y del clima de confrontación que el país vivía, el pluralismo fue una característica esencial de la Reforma.
Se produjo, simultáneamente con el proceso reformista, una ampliación de la matrícula universitaria, con creación de sedes académicas en numerosas ciudades chilenas. La Reforma adquirió, así, una presencia nacional y una trascendencia directa en la vida de muchas comunidades regionales.
En síntesis, la Reforma cambió positivamente la autopercepción de las comunidades universitarias chilenas, elevando sus expectativas de desarrollo, promoviendo la participación y el debate y ligando la vida universitaria a la realidad nacional. Huellas de ese proceso siguen manifestándose en las universidades del presente.

El claroscuro de los años 60.

A objeto de comprender el entorno histórico del proceso reformista es preciso examinar el claroscuro de los años 60. El período no sólo fue de esperanzas, sino también de grandes riesgos. En Chile, el consenso democrático existente desde los años 30 se desmoronó en los 60. Sectores sociales considerables en número y altamente organizados, tales como los obreros, campesinos y la mayor parte de la juventud, plantearon sus demandas de participación. El sistema institucional fue incapaz de darles cabida debido a limitaciones de tipo económico, constitucional, social y político. Esto se manifestó en conflictos intelectuales e ideológicos a comienzos de la década y en una aguda polarización política a fines de ella y comienzos de los 70.

En 1973, los problemas estructurales no resueltos se precipitaron para configurar una crisis múltiple y mayúscula que conllevó al fin del sistema democrático.
Por otra parte, a nivel mundial, los logros tangibles de los 60 fueron prácticamente nulos. Las grandes esperanzas no fueron satisfechas. Los jóvenes pidieron lo imposible y no lo consiguieron. La imaginación no llegó al poder. A los sueños multitudinarios siguieron catástrofes sociales. El abismo entre países ricos y pobres creció a un ritmo inusitado; la contaminación del medio ambiente inició su crecimiento exponencial; la carrera armamentista nuclear alcanzó su apogeo. Al final del camino, los movimientos políticos que se nutrieron de los 60 encontraron lo contrario de lo que habían anhelado.
No cabe duda de que los cambios institucionales conseguidos fueron dramáticamente reversibles. El mundo resultante no fue mejor. Tal vez con cierta razón, algunos jóvenes de hoy culpan a las generaciones previas por haber tenido que crecer en sociedades deshumanizadas, donde la educación y la salud son un lujo, donde los rigores de la vida dejan poco tiempo para la recreación, la creatividad o el contacto humano.
Sin embargo, si se puede concebir logros intangibles, creo que esos pueden aún manifestarse. Los años 60 demostraron posibilidades inéditas, que de alguna manera han ocasionado ya algunos cambios en las actitudes individuales de muchas personas.
Ahora se sabe que es posible romper cadenas milenarias en las formas de expresión; que es posible, para una multitud ingenua y desarmada, infundir pavor entre los poderosos; que es posible el surgimiento de un movimiento global con objetivos y símbolos comunes; que es posible transformar profundamente aquellas instituciones más íntimamente ligadas a la cultura y, desde ellas, cuestionar el resto de la institucionalidad, su estructura, sus valores, su historia oficial; que es posible inducir la vergüenza entre los privilegiados; que es posible que los viejos pensadores contestatarios se transformen en best sellers; que es posible que la cultura popular adquiera dimensiones nacionales y fuerce la mano del establishment; que es posible debatir en público, libremente y sin temores, cualquier tema de interés; que es posible el acercamiento, el diálogo y la fraternidad entre sectores sociales tradicionalmente desligados; que es posible desatar la generosidad colectiva en jornadas que anuncien, así sea fugazmente, formas de convivencia realmente humanas.
Como resultado, se ha abierto paso una mayor sensibilidad colectiva ante, por ejemplo, la discriminación contra la mujer y contra las minorías de todo tipo, ante el maltrato de niños, ancianos y animales, ante el despilfarro de los recursos naturales con la consiguiente degradación de la biósfera. La problemática en torno al futuro del planeta se debate hoy mucho más que durante la "década prodigiosa". Está aún por verse si estos fenómenos podrán, algún día, constituir ingredientes de un mundo más humano.

El fin de la Reforma.

La Reforma llegó a un fin abrupto y dramático con el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. No me referiré aquí en detalle a las consecuencias de esos funestos eventos (Kirberg: 1981, Enríquez: 1992, Cifuentes: 1993 y 1997-a) , pero baste con señalar tres:
1) La dictadura militar (1973 - 1990) eliminó de una plumada todos los logros democráticos de la Reforma y todos los programas que habían implementado el compromiso social de la universidad.
2) Numerosos académicos, estudiantes y funcionarios fueron asesinados, aprisionados, torturados, despedidos, expulsados o exiliados. A modo de ejemplo, en la UTE hubo 62 víctimas fatales comprobadas; más de mil profesores, estudiantes y funcionarios fueron aprisionados el 12 de septiembre de 1973 para luego ser conducidos a campos de concentración; en los meses siguientes, las autoridades impuestas por la dictadura decretaron el despido del 50% de los académicos y funcionarios.
3) La dictadura desató una campaña sostenida de desprestigio de la Reforma. Se elaboró toda una demonización del proceso, identificándolo con el caos y la violencia. Las falsedades entonces propaladas aún resuenan en muchos oídos y desorientan a una parte de las comunidades universitarias de hoy. Lo cierto es que no fue la Reforma, sino la situación política nacional y mundial la que creó la extrema polarización política que permeó a toda la institucionalidad y condujo a Chile a la catástrofe de 1973.

Debilidades de la Reforma y algunas enseñanzas.

A pesar de sus importantes logros y del entusiasmo que despertó, la Reforma tuvo sus problemas e insuficiencias. Fuera de las omnipresentes debilidades humanas, a las que no escapan moros ni cristianos, hubo en la Reforma errores de comprensión y de ejecución.
En primer lugar el origen y dirección estudiantil del movimiento reformista (que adoptó diversos grados en distintas universidades) generó una limitación de enfoque y de elaboración. Los jóvenes carecían de la experiencia académica suficiente como para abarcar la complejidad de la universidad en todas sus dimensiones y, en varias universidades, sus ideas no fueron suficientemente complementadas por la mayor experiencia de los académicos y funcionarios. Esto condujo a un grado de sobresimplificación en el debate de los aspectos más propiamente académicos de la Reforma, que contrastó con el buen nivel de la discusión en los aspectos estructurales y de gestión.
En segundo lugar la universidad no fue impermeable a la marea de los tiempos. La extrema polarización política que desgarró al país a comienzos de los 70 afectó también a la universidad. Todas las corrientes doctrinarias fueron culpables de sectarismo e intentos de exclusión de sus adversarios. Esto redundó en un empobrecimiento del debate a partir de 1971 y en un descenso de la participación de la comunidad en las tareas de dirección de la universidad, dado que la problemática política nacional pasó a primer plano y absorbió la casi totalidad de las energías de todos los grupos protagónicos.
En tercer lugar algunos sectores del movimiento reformista se vieron aquejados de una fiebre democraticista. Las autoridades unipersonales, elegidas con procedimientos democráticos y transparentes, eran acosadas con exigencias de "consultar al claustro" antes de tomar decisiones menores. Esta deformación, aparte de causar una gran pérdida de tiempo en discusiones inútiles, condujo a muchas autoridades a la vacilación, cuando la dinámica de los acontecimientos exigía decisiones día a día.
En cuarto lugar la retórica y la rigidez ideológica cobraron una importancia hasta entonces desconocida en la vida universitaria. A modo de ejemplo, hubo sectores reformistas que señalaban el aumento en el porcentaje de estudiantes trabajadores como prueba decisiva del éxito de la Reforma. Sin embargo, lo realmente trascendente era el posible cambio en la composición social de las promociones de egreso, es decir, el grado de éxito que alcanzaran los estudiantes de origen obrero y campesino en sus estudios. Pero este criterio, así como otros que permitieran cuantificar los logros de la Reforma en términos de productividad o efectividad, fueron despreciados o ignorados por muchos.
En reconocimiento de estas debilidades, a comienzos de los 70 se alzaron voces llamando a iniciar una segunda etapa de la Reforma, que pusiera énfasis en logros concretos y, especialmente, en el ámbito de las funciones universitarias, pero, como se sabe, la Reforma terminaría poco después a sangre y fuego.
Entre las enseñanzas de ese intenso y vital proceso se puede señalar las siguientes:
Primero: En torno a un plan de transformación universitaria que tenga como meta los intereses superiores del país, es posible concitar el entusiasmo y la activa participación de profesores, estudiantes y funcionarios.
Segundo: Cualquier plan de Reforma debe comprender a la universidad en toda su complejidad. El enfatizar una de sus dimensiones en desmedro de las otras, equivale a impulsar un desarrollo desigual, sembrando problemas para el mañana.
Tercero: La universidad y su futuro deben ser vistos como fines en sí. Ella es inmanente y trasciende a la contingencia. Construir una universidad mejor y a la altura de su época es un aporte histórico considerable, al margen de consideraciones doctrinarias, políticas o ideológicas.
Cuarto: El criterio de éxito o fracaso de toda Reforma debe consistir en la medida del nuevo aporte de la universidad a los requerimientos reales del país. La Reforma habrá triunfado cuando la universidad esté entregando más y mejores profesionales, produzca más y mejor investigación, tenga más y mejores comunicaciones, haga más y mejor integración cultural.
Quinto: La democracia universitaria debe ser una fortaleza, y no una limitación al desarrollo de la corporación. La discusión de claustro no debe utilizarse como procedimiento diario ni trivial, sino reservarse para discutir las grandes líneas de desarrollo, recibir cuentas periódicas de las autoridades electas y tomar decisiones trascendentes.

El cogobierno.

Una parte inalienable de la Reforma Universitaria de los 60 fue el cogobierno de profesores, estudiantes y funcionarios. Esta experiencia ha carecido notoriamente de análisis. La campaña de desprestigio de la Reforma perpetrada por la dictadura quedó sin respuesta pública e incluso sin respuesta underground. ¿Triunfó o fracasó el cogobierno? Estas líneas, más que entregar una respuesta tajante, buscan alentar un debate ausente.
El logro más obvio del cogobierno fue su carácter formativo. La atmósfera de participación y debate enriqueció la vida universitaria y constituyó un estímulo cultural multifacético y perdurable para quienes la vivieron. Miles de jóvenes, hoy políticos, empresarios o profesionales, ganaron sus espuelas de dirigentes y su primer conocimiento de la gestión de una institución de envergadura nacional en aquel proceso. El cogobierno fue un curso masivo e intensivo de dirigentes y de desarrollo personal, del que el país se beneficia hasta hoy.
Creo que el mayor fracaso del cogobierno fue el no haber motivado suficientemente a jóvenes y adultos para valorar a la universidad por sobre la contingencia política y el fervor ideológico.
En lo que atañe al movimiento estudiantil, aquella época le hizo severas demandas. Junto con cumplir con su carga académica, los jóvenes debieron sustentar una triple estructura de participación: el cogobierno, lo gremial y lo político. En un Consejo Superior de ochenta miembros, los jóvenes tenían veinte representantes, luego, debían encontrar veinte cuadros estudiantiles capaces de aportar al debate académico al más alto nivel, mientras el cogobierno les exigía, simultáneamente, cubrir los consejos de facultad, sede y departamento.
Las federaciones y centros de alumnos, en un período de constante movilización, requerían también de una nutrida dotación de dirigentes dispuestos a asumir tareas de carácter nacional e internacional. Como si esto fuera poco, las juventudes políticas poseían masivas estructuras en la universidad; por lo menos las organizaciones juveniles demócrata cristiana, socialista y comunista tenían cuadros de dedicación exclusiva al mando de estos aparatos, liderando orgánicas regionales, locales y de base. Las exigencias del momento histórico condujeron a numerosos jóvenes a sacrificar sus estudios en aras del funcionamiento de esta triple estructura orgánica.
Hoy, cuando comienza a hablarse nuevamente de Reforma en Chile, los estudiantes y funcionarios interesados en el tema se preguntan cuándo y cómo podrían obtener participación en la conducción de la universidad. Mi respuesta es que la participación de las mayorías jamás en la historia ha sido graciosamente concedida; siempre ha habido que ganarla peleando contra la natural inercia de los sistemas sociopolíticos y contra las posiciones reaccionarias. Y la pelea no es corta. Los jóvenes que conquistaron cogobierno el 67 ó 68 habían iniciado su campaña varios años antes, discutiendo, elaborando, rediscutiendo, forjando golpe a golpe posiciones serias y responsables en torno a la estructura, funciones, gestión y futuro de la universidad. Tales planteamientos debieron tener calidad y fuerza suficientes como para unir y movilizar en su torno a miles de estudiantes y ganar, tolerancia primero y luego aprobación, de una mayoría de los profesores y funcionarios. Menuda tarea.
Sin embargo, la pregunta más de fondo es ¿cogobierno para qué? ¿cuáles serían los objetivos de largo plazo a conseguir? ¿qué papel tendría el cogobierno en una visión compartida del futuro de la universidad, del país, del mundo? En los 60, estas preguntas tenían respuestas claras, si bien basadas en un idealismo desatado. En los pragmáticos vientos que hoy soplan, las respuestas están lejos de ser obvias.
Acaso sea parte del destino inevitable de la universidad chilena que el tema de la participación vuelva a estar en la agenda de discusión. El cogobierno no ha sido ni será un paseo en coche, pero intentarlo bien puede formar parte del deber que cada generación siente de acercar el advenimiento de un mundo más libre, más igualitario, más deliberante y participativo. La universidad chilena de hoy subvalora, ignora o trabaja activamente contra este objetivo.

Las tareas de hoy.

Después del derrumbe de los socialismos reales y el naufragio de las utopías, la "cultura del contentamiento" anunciada por Galbraith parece, en verdad, haber invadido el planeta. Los proyectos vitales individuales, enmarcados y determinados por el neoliberalismo, aparentan hoy superar largamente en trascendencia a los proyectos colectivos. La preocupación por la propia carrera y el propio bienestar parecen dejar poco lugar para la solidaridad, la participación, la construcción de futuros. Hay quienes han dicho que el movimiento estudiantil masivo y unitario está siendo reemplazado por muchos movimientos, más pequeños, menos pretenciosos y más específicos, bajo el signo del pragmatismo.
Corresponde a la generación joven hacer el análisis de su tiempo, de sus planes y esperanzas, de sus aspiraciones, de sus posibilidades reales. Corresponde sólo a ellos determinar su curso de acción, establecer si desean construir grandes o pequeños movimientos, con grandes o pequeñas metas, determinar el grado de su osadía y el precio que estén dispuestos a pagar por ella. Les corresponde, en particular, a ellos dimensionar a su universidad y decidir si desean o no transformarla, en qué dirección y con qué visión de futuro.
Pienso que necesariamente habrá una nueva Reforma de la universidad chilena. Las universidades del mundo entero, y en especial las multifuncionales o "complejas", viven hoy una crisis paradigmática que cuestiona su sentido (Cifuentes: 1999-a; 1999-b; 2001). Si han de sobrevivir, deberán transformarse.

Epílogo.

A quienes sueñan con una repetición del proceso de los 60, digo que no sólo el entorno histórico es hoy radicalmente distinto, sino que hasta los principios en torno a los cuales podría nuclearse un movimiento reformista están en discusión. Se abren paso nuevas comprensiones de la democracia, de la participación, del compromiso; se suman a los grandes temas de aquella década la defensa del medio ambiente, la legitimidad de las minorías, el respeto a la diversidad en las ideas, en los proyectos de vida, en los comportamientos y en las estructuras. La riqueza en los valores e identidades, así como en la comprensión de la complejidad del mundo es hoy mayor que hace 30 años. Los 60 no volverán; cualquier cambio universitario futuro tendrá que ajustar cuentas con su presente, siendo descubierto e inventado por sus protagonistas.
La cálida e intensa experiencia del movimiento estudiantil chileno de los 60 marcó positiva e irreversiblemente a quienes participamos de él. En ese proceso, las universidades se aproximaron al "foro sin fronteras" que ha sido anunciado para el siglo XXI (Casper: 1995). Acaso la acción alegre, esforzada, imperfecta e ingenua de los jóvenes de los 60 haya provocado ya, y siga provocando, algunos cambios imperceptibles, pero significativos en el largo plazo, en las actitudes individuales de muchas personas. Tal vez los mejores sueños de esa década sean realizados, en un futuro indeterminado, por jóvenes mejores, armados de una nueva y luminosa utopía, pero con los pies firmemente puestos en la tierra.

Notas.

[1] Acerca del origen histórico de la participación estudiantil en el gobierno universitario, ver Rashdall: 1987 y de Ridder-Symoens: 1992.

[2] En uno de sus párrafos, el Manifiesto Liminar de 1918 dice: "La juventud vive siempre en trance de heroísmo, es desinteresada, es pura. No ha tenido tiempo de contaminarse. No se equivoca nunca en la elección de sus propios maestros. Ante los jóvenes no se hace mérito adulando o comprando. Hay que dejar que ellos mismos elijan sus maestros y directores, seguro de que el acierto ha de coronar sus determinaciones. En adelante, sólo podrán ser maestros en la futura República Universitaria los verdaderos constructores de almas, los creadores de la verdad, de la belleza y del bien".
En la misma vena, la Declaración del 25 de mayo de 1961 de los estudiantes de la UTE dice: "Constituimos la razón de ser de la universidad. Reclamamos por ello nuestro derecho a participar plena y activamente en la dirección de los destinos universitarios. Frente a la idea de permanecer estáticamente gobernados, planteamos nuestra actitud de ser activos gobernantes. La experiencia del movimiento estudiantil de Chile y Latinoamérica, demuestra fehacientemente, que los universitarios somos capaces de participar en el gobierno de la universidad. Como centro de la vida universitaria experimentamos en carne propia sus bondades y defectos. Tenemos derecho a participar en la elección de nuestros maestros y autoridades".

[3] Para una discusión detallada de los procesos reformistas en la Universidad de Chile, Universidad Católica, Universidad Técnica del Estado, Universidad Católica de Valparaíso y Universidad de Concepción, ver Cifuentes: 1997-a, con participación de Edgardo Enríquez, Fernando Castillo, Alfredo Jadresic, Raúl Allard, Jaime Ravinet, Miguel Angel Solar, Volodia Teitelboim, Tomás Moulián y otros.

[4] Edgardo Enríquez fue el primer rector elegido por votación universal con participación de los funcionarios. De esta manera, el claustro pleno, que originalmente incluyó a profesores y estudiantes, pasó también a incluir al estamento administrativo. Desde 1969 esta fue la norma, si bien la ponderación de los votos varió de universidad en universidad. En la U. de Chile y en la UTE la ponderación fue: académicos 65%, estudiantes 25%, funcionarios 10%.

[5] Los procesos reformistas de sello más izquierdista, especialmente el de la Universidad Técnica del Estado - donde fue democráticamente elegido rector (y dos veces reelegido) un académico comunista - fueron especialmente demonizados por la dictadura militar de 1973-1990. Sin embargo, un estudio objetivo de esa Reforma revela que tuvo las mismas características que las de otras universidades. A pesar de mucha mitología, no existió en Chile la pavorosa "universidad militante", tan anunciada por círculos conservadores y de extrema derecha.

Cronología parcial de la Reforma.

1918
Manifiesto Liminar de Córdoba, movimiento de Reforma Universitaria en Argentina.
1920-1930
Movimientos de Reforma en la Universidad de Chile.
1945 y 1952
Movimientos reformistas en las facultades de Filosofía (con ocupación de locales) y Medicina de la Universidad de Chile.
1933 y 1953
Movimientos reformistas en la Universidad de Concepción.
1950 - 1960
Debate en torno a ideas reformistas en varias universidades.
1961
25 de mayo: La Federación de Estudiantes de la UTE (FEUT) inicia la campaña por la Reforma de la UTE con una toma de todos los locales universitarios.
1963
A instancias de la FEUT se realiza un Seminario de Reforma Universitaria en la UTE. Participan profesores, estudiantes y autoridades.
1964
El profesor Luis Scherz inicia seminarios de Reforma Universitaria en la Universidad Católica de Valparaíso.
1966
25-29 de junio: Convención de Reforma Universitaria en la U. de Chile.

1967
15 de junio: Toma de la Casa Central de la Universidad Católica de Valparaíso.
Julio: Estudiantes de las tres universidades de Santiago (U. de Chile, UTE y UC) viajan a Valparaíso en apoyo de los estudiantes de la UC de Valparaíso.
10 de agosto: Toma de la Casa Central de la Universidad Católica de Santiago.
13 de agosto: Fin de la toma de la UC de Valparaíso.
21 de agosto: Fin de la toma de la UC y renuncia del rector Alfredo Silva Santiago.
22 de agosto: Asume Fernando Castillo como prorrector designado de la UC.
14 de septiembre: Toma de la Casa Central de la Universidad Técnica del Estado.
Septiembre: Plebiscito estudiantil sobre cogobierno en la U. de Chile. Gana la posición de rechazo al cogobierno, apoyada por la Democracia Cristiana (DC).
Octubre: Elección en claustro de Hernán Ramírez Necochea como decano de la Facultad de Filosofía y Educación de la U. de Chile, en rebeldía contra Consejo Universitario.
27 de octubre: Fin de la toma de la UTE ; se constituye la primera Comisión de Reforma con participación de docentes y estudiantes.
Noviembre: Fernando Castillo es elegido rector de la UC en claustro de docentes y representantes estudiantiles .
1968
Marzo: Renuncia el rector de la UTE, Horacio Aravena y se convoca a elección democrática de rector.
16 de abril: Renuncia rector de la UCV y Raúl Allard es designado rector por el Arzobispo de Valparaíso.
22 de mayo: Consejo Universitario de la U. de Chile acuerda reorganización de la Facultad de Filosofía y Educación. Cambio de posición de la DC conduce a la FECh a aprobar el cogobierno. Renuncia rector Eugenio González.
24 de mayo: Toma de la Casa Central de la U. de Chile.
29 de mayo - 12 de junio: Consejo Universitario de la U. de Chile deroga acuerdo de reorganización de la Facultad de Filosofía y Educación y aprueba propuestas de cogobierno adoptadas por la FECh.
Junio: Se crea Comisión de Reforma en la Universidad de Concepción.
Julio: Se constituye Comisión Central de Reforma de la U. de Chile, presidida por Enrique París.
8 de agosto: Raúl Allard es elegido rector de la UCV en claustro de académicos y representantes estudiantiles.
13 de agosto: Enrique Kirberg es elegido rector de la UTE en claustro pleno de profesores y estudiantes (Ponderación: 75 y 25% de los votos del claustro respectivamente). Asume el 20 de agosto.
14 - 29 de septiembre: Plenarios Nacionales de Reforma en la U. de Chile.
Diciembre: Edgardo Enríquez es elegido rector de la U. de Concepción en claustro pleno de profesores, estudiantes y funcionarios.
1969
Agosto: Enrique Kirberg es reelegido rector de la UTE en claustro pleno de docentes, estudiantes y funcionarios (65, 25 y 10 % de los votos ponderados respectivamente).
Noviembre: Elección de rector en la U. de Chile. Edgardo Boeninger es elegido en claustro pleno.
Noviembre: Fernando Castillo es elegido rector de la UC en claustro pleno.
1970
Julio: Congreso de Reforma en la UTE aprueba nueva Ley Orgánica y elige un Consejo Superior Transitorio.
1971
10 de junio: Edgardo Boeninger es reelegido rector de la U. de Chile en claustro pleno, pero la izquierda gana mayoría en Consejo Superior.
Agosto: Raúl Allard es reelegido rector de la UCV en claustro pleno de docentes, estudiantes y funcionarios.
Los Estatutos Orgánicos reformados de la Universidad de Chile y de la Universidad Técnica del Estado son aprobados por el Parlamento.
1972
Ante crisis de poder entre la Rectoría y el Consejo Superior, Boeninger renuncia y se llama a elección de rector de la U. de Chile.
Abril: Boeninger es reelegido por segunda vez y obtiene mayoría en Consejo Superior.
Agosto: Enrique Kirberg es reelegido por segunda vez como rector de la UTE en claustro pleno.
Noviembre: Carlos von Plessing es elegido rector de la Universidad de Concepción en claustro pleno.
1973
11 de septiembre: Golpe de Estado. Fin de la Reforma.

Referencias y bibliografía

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Edgardo Boeninger, Programa para una Universidad de Chile Crítica, Pluralista y Creadora, Unidad Universitaria (1968)

José J. Brunner, Documento de trabajo No. 117, FLACSO-Chile (1981-a)

José J. Brunner, Documento de trabajo No.133, FLACSO-Chile (1981-b)

Gerhard Casper, Come the Millennium - where the University?, World Wide Web (1995),
http://www.stanford.edu/dept/pres-provost/president/speeches/950418millennium.html

Luis Cifuentes S., Crisis universitaria e investigación, Ciencia al Día Internacional, World Wide Web (2001) http://www.ciencia.cl/CienciaAlDia/volumen4/numero1/articulos/articulo7.html

Luis Cifuentes S., Crisis, trascendencia y cambio cultural en la universidad, Centro de Estudios de Género, Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad de Chile, 99-105 (1999-a)

Luis Cifuentes S., Crisis y rescate de la universidad, Revista Chilena de Humanidades, No. 18-19, 245-268 (1999-b)

Luis Cifuentes S. (Editor y coautor), La Reforma Universitaria en Chile (1967-1973), Editorial USACh (1997-a)

Luis Cifuentes S., La izquierda ante el cambio de siglo, Editorial Cuarto Propio (1997-b)

Luis Cifuentes S., Kirberg: Testigo y Actor del Siglo XX, Fundación Kirberg (1993)

Carlos Descouvieres C., Cultura universitaria y alternativas de cambio real en la Universidad de Chile, Bravo y Allende Editores (2001)

Edgardo Enríquez F. , En el nombre de una vida (3 tomos), UAM, México (1992)

Manuel A. Garretón y Javier Martínez (Editores), Biblioteca del Movimiento Estudiantil (10 tomos), Ediciones Sur (1985)

Manuel A. Garretón, Material de discusión No.77, FLACSO-Chile (1985)

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Carlos Huneeus, La Reforma en la Universidad de Chile, CPU, Santiago (1973)

Carlos Huneeus, La Reforma Universitaria 20 años después, CPU, Santiago (1988)

Alfredo Jadresic V., La Facultad de Medicina en el período 1968-1972, Rev. Méd. Chile, 101, pp. 787-796 (1973)

Enrique Kirberg B., Los nuevos profesionales, Universidad de Guadalajara, México (1981)

Ricardo Krebs et al., Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Ed. UC de Chile (1994)

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Hilde de Ridder-Symoens (Editor), A History of the University in Europe, Tomo 1, Cambridge University Press (1992).

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Augusto Samaniego M., Aproximación histórica a la Reforma Universitaria, Contribuciones Científicas y Tecnológicas (USACh), Area Ciencias Sociales y Humanidades, No. 102, 43-81 (1993)

Faride Zerán, Tiempos que muerden: biografía inconclusa de Fernando Castillo Velasco, Universidad ARCIS-LOM Ediciones (1998)

Ver además artículos de:

- Patricio Hales, Luis Izquierdo y Ricardo Lagos en la revista Realidad Universitaria (CERC), No. 1 (1987)

- Cristián Gazmuri, Martín Hopenhayn, Tomás Moulián, Alejandro Rojas y Luis Scherz en la revista Realidad Universitaria (CERC), Nos. 5 y 6 (1988)

- Ricardo Núñez, Alejandro Yáñez y otros en la revista Alumni (Fac. de Ingeniería, USACh), mayo de 1996.


2 comentarios:

  1. Muy bueno el escrito, solo que
    tomas lo que paso en el 73 como lo peor, y no fue asi.De echo en el gobierno de la UP fue todo una catástrofe.

    Ahora me gustaría que también pusieras las caracteristicas malas que tubo el movimiento estudiantil que surgió en la época. Como ¿por qué influyó en que Frei no se reelijera?

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